La poesía no calla
A Omar Lara
La poesía no calla
aún en las sombras
su voz es refugio
de amores y tormentas
caminos ciegos
como laberintos
Buscando una respuesta
las palabras son testigos
de los versos cómplices
de tantas noches frías
en sábados sin luz
vueltos en años
con pasos sin caminos
ni señales al borde
No llamen
estamos ocupados
no hay tiempo de sobra
solo libros que escribir
en papeles rebeldes
que esperan la señal
al paso de las fieras
encendidas en poder
exaltado por tu voz
¿Qué debo hacer?
escribir en líneas torcidas
enderezando las marcas
de pasos agitados
y sonido soberbio
ahogados con la voz
de la sangre moribunda
Espérame
nos vemos
en aquel barco.
La carretera y algo más
Hoy 01/05/2023, a 13 años de la partida de mi papá de este mundo, he terminado de leer este libro, que puede tener muchas interpretaciones, pero que yo lo veo como una historia de amor entre un padre y un hijo que luchan por sobrevivir en las ruinas de un mundo post apocalíptico. También su lectura, sobretodo en días como hoy, me hace pensar en el paraíso en la tierra que aun vivo al tener a mi mamá conmigo.
Mi papá fue un trabajador excepcional desde niño, no es casualidad que haya escogido su día para marcharse.
Frío
Hace frío en Concepción
como si no bastara con extrañar
aquellas tardes de café cargado
con tus palabras en mi oído
sabor a pastel y chocolate
armando sueños en piezas
en ingenuidad ciega
de burbujas frescas
Hace frío en Concepción
no de aquel que se cura con leña
ni con vino o abrigo
los recuerdos vuelven
con gusto a refugio de montaña
en el centro del alma
un fogón de momentos
adormece la tarde
Lorena
La lluvia era inclemente en Concepción. Como siempre ocurre en estos casos, el colegio nos mandó temprano a la casa. La Lili, mi hermana chica, veía monitos en la tele. Mi mamá me pidió ir a comprar parafina. Sin secarme, ni cambiarme ropa, salí, escapando de su mirada inquisidora.
El sonido de la lluvia parecía más fuerte y ante mis ojos solo veía caer las gotas y un camino como pintado con acuarela aguada. Encendí mi personal, en el dial de Radio Gabriela sonaba un tema de Los Enanitos Verdes. La imagen de Lorena, alejándose sonriente a bordo de ese tren, surgió en mi mente como si la despedida hubiera sido hacía nada. Cuando llegó al curso, causó furor. Era una niña que venía de Santiago, hermosa. Todos los varones del curso querían jotearla. Sin embargo, su mirada se detuvo en mí y mi pancito amasado.
—¿Dónde compraste ese pan?
—Mi mamá lo hace
—Quiero uno, mañana
Así nuestra amistad creció a punta de recreos y pan amasado. El momento era siempre el mismo, así como los aromas. A pesar de la hora y el frío, el olor de ese pan recién hecho, la suavidad de su masa, y el sabor natural de sus ingredientes, les daban a esos recreos un gusto especial, que se complementaba con la forma en que Lorena disfrutaba de tan anhelado manjar. A su lado, primero medio pasó volando. Nunca me atreví a pedirle pololeo, porque sabía que, para una niña como ella, de Santiago, nunca estaría a su nivel. Su carácter era tan decidido que estaba claro que ella tomaría la iniciativa.
En el recreo, después de pedirme el pan de ese día, me dio la noticia. Su papá se iba trasladado a Valparaíso, y ella, junto a su mamá y hermano, se irían el sábado. Solo atiné a mirarla. Por el maldito reglamento del colegio, no le podía tomar la mano ni menos abrazarla, como hubiera querido. Mis ojos se pusieron brillosos, al igual que los de ella. El silencio se hizo eterno. Decirle que la iba a extrañar, o que la quería, podía ser un riesgo, por lo que las palabras no fueron necesarias para expresarle mi sentir. Creo que ella lo entendió, sus ojos parecían decirme lo que siempre hubiera querido escuchar.
El sábado me levanté más temprano que de costumbre. Apenas llegué a la estación, me encontré con Lorena. Se veía alegre, al fin y al cabo, el traslado de su papá significaba estar cerca de Viña del Mar y ella quería carretear en sus pubs, ver el festival y disfrutar de las playas. Me saludó efusiva y me pasó una carta, con la condición de que la abriera para la navidad. Por mi parte, le regalé una bolsa de género con seis panes amasados, que mi mamá había hecho especialmente para ella. Su alegría al recibirlos compensó cualquier sentimiento de tristeza que hubiéramos podido tener en ese momento. De inmediato abrió la bolsa, sacó un pan, lo partió por la mitad, y me regaló una de ellas. Sonriendo, me dijo que una de las cosas que extrañaría de Conce serían nuestros recreos con pan amasado. La conversación no pudo seguir más, porque su mamá la urgió a subir al tren.
Lorena se sentó por el lado de la ventana. Unas gafas negras, modelo sesentero, tapaban sus ojos miel, pero su sonrisa no era opacada por nada. A través del vidrio, parecía que su piel se aclaraba aún más y por más que ella gesticulaba, no podía entender lo que me quería decir; a estas alturas supongo que debió haber sido algo relacionado con el pan. Cuando el tren comenzó su marcha, ella dejó de mover sus labios y sonrió. Sería la última imagen que guardaría de ella.
No tenía nada que hacer la mañana de un sábado, así que me fui a pie hasta el centro. Mi boca aún tenía el gusto del pan que Lorena había compartido conmigo. Sin embargo, así como el tren se alejó pronto de mi vista, el sabor desapareció sin dejar rastros ni memorias. Cuando iba a la altura de Rengo con Carrera, comenzó a llover.
Reencuentro
Antes
Qué rareza más amable
quererte en el dolor de tu mirada
abrazarte en un eterno soñar despierto
silenciar los momentos para protegernos
dejar que tu sombra pase sin que me cubra
Qué rareza más amable
qué porfía más dura
solo en esta poesía torcida tengo la libertad de hablarte
Después
Mis palabras están cansadas
no quiero morir
la estocada es definitiva
la sangre llora en un pulso oscuro
no hay manos para esas hojas
letras silenciadas en desprecio
mirada cerrada con candados de dolor
callar no sirve
esperar tampoco
las piernas se debilitan
en un ritual de almas trizadas
el libro se guarda en una bolsa de papel
la herida vuelve a quedar al descubierto
es noche de luz de luna distante
renacida tras la amenaza de un eclipse
Tigres imperiales
Tu espalda senda temible
me despierta en sus rugidos
desafiando aquel descanso
eterno del contemplarte
Recorrerla es infinito
a mis ojos deslumbrados
la visión se torna fiera
al acecho de esos tigres
Atentos privilegiados
moran en tu piel dulce granate
no hay temor en sus miradas
solo se inclinan a tu voz
Aprisionado en tus placeres
me haces un tigre imperial
imperfecto
infinitamente en guardia
cautivo de tus manos
Entelequia – Poema 4
Búsqueda de ilusión
cercana al riesgo
juego del todo o nada
avivado por tus secretos
el respiro es ciego
inundado por tu boca
en tus palabras me anido
esperando el cumplimiento
la vida nos embriaga
en azares cotidianos
Dichosas tus manos inquietas
diseñando mundos casuales
su vaivén hipnótico
distrae al incauto
mientras ignoras miradas
desechas voces que mienten
desahogada en palabras
apruebas el texto simple
discreto en extensión
macizo en contenido
En ese pasillo estrecho
tus pies forman texturas
protectoras del fuego
emergente de tus pasos
lo sensible se fortalece
amparado por tus besos
las grietas se cierran
si tu mirada me levanta
en el parque de tus sueños
he levantado mi morada
Quiero ser
Quiero ser tu casa
pero prefiero ser un pájaro
volar hasta tus secretos
cantando todas tus mañanas
quiero ser tu patio
mas prefiero ser una rosa
plantada frente a tu ventana
levantando tu sonrisa
quiero ser tus cejas
pero prefiero ser tus ojos
joyas esotéricas
talismanes del orgullo
quiero ser tu almohada
mas quiero ser tu cama
guardiana de tu cuerpo
refugio de tus deseos
quiero ser tu cuarto
pero prefiero ser tu espejo
exaltar tu alma
perdida en las penumbras
quiero ser tu nariz
mas quiero ser tus labios
senderos húmedos
reflejos del cielo
podría ser tu cabello
pero prefiero ser tus manos
o un anillo en tus dedos
artesanos de tu existencia
quiero ser sonido de estrellas
o un paisaje pintado
sin borrones ni enmiendas
palabras habitando tu piel
si tan solo fuéramos niños
sin historias atrapadas
sin dolores crónicos
sin heridas que lloran
si tan solo fuéramos niños
Como tantas veces
De tanto repetir nuestros nombres ya se pudrieron
la esquina del encuentro señalaba “no estacionar”
te apuraste, sonreíste y te pusiste seria
mis piernas flaquearon como tantas veces
trajiste mis poemas impresos
los lanzaste a mi cara diciendo
no necesito tus palabras, me sobran
me quedé quieto como tantas veces
tus ojos reflejaban desengaños y penas
la esquina del encuentro parecía hundirse bajo mis pies
realmente no debí haberme levantado
las palabras volaban por la calle atropelladas
un niño atrapó una hoja y se la llevó
tu risa no satisfacía tu hambre
dijiste algo de nacer, volar, abrazar y morir
la esquina del encuentro se llenó de hojas
parecía un otoño de poesía perdida
la brisa hacía bailar tu pelo como en un ballet imaginario
dijiste algo de sangre coagulada en pétalos
sangre bebida en sorbos ansiosos
sangre devuelta en frascos trizados
la esquina del encuentro calló ante tu voz
giraste y comenzaste a alejarte
y yo solo te observé como tantas veces
Porcelana magullada
Piel de porcelana magullada
mirada errante suspendida
ausencia dolorosa y continua
camino borrascoso de precipicio